viernes, 22 de enero de 2010

Apreciar el silencio

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El silencio que sigue a Mozart también es Mozart. Como el silencio que sucede a las palabras todavía encierra esas palabras y el trino del pájaro permanece aun después de callarse. Es una de las razones por las que el silencio merece ser frecuentado. Sofocarlo con aplausos automáticos, réplicas inmediatas y demás falsas urgencias a las que nos hemos acostumbrado significa renunciar a una parte del sonido que continúa resonando en el aire y dentro de uno mismo.
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¿Qué ocurriría si después de una pieza musical nos tomáramos un tiempo para acoger plenamente lo oído y todo lo que induce en nosotros? ¿Qué pasaría si en una conversación nos permitiéramos a veces callar en lugar de responder al instante, si simplemente observáramos qué camino recorren las plalabras en nuestro interior?.
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Silencio y sonido se sostienen mutuamente en el mismo abrazo en el que se funden el lleno y el vacío, el yin y el yang. Uno precede siempre a su opuesto y, de hecho, vive en él. Así, la música está hecha de silencios y, al mismo tiempo, el silencio vibra con ruidos mínimos, sutiles, que hablan de la vida: una hoja que se desprende de un árbol, pasos y voces en sordina, el aire colándose por una rendija. Un provebio dice que demasiado a menudo oímos el ruido del árbol que se corta pero no el del bosque que crece.
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Si se pone atención se puede percibir el aliento del mundo en continua transformación. Un silencio que parece ampliar el espacio y hacer más lento el paso del tiempo. Un silencio que nos hace, en definitiva, más presentes, más conscientes del lugar y del momento que habitamos, capaces de comprender la armonía secreta de las cosas a nuestro alrededor. En ese silencio el oído se afina y uno puede también escucharse a sí mismo.
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Podemos intentar crear más silencio. Si solemos dar la palabra, ¿por qué no conceder también el silencio? Podemos sembrarlo con frases que lo hagan propicio. O intentar no romperlo demasiado pronto, dejarlo hablar para que diga. Quizá sencillamente compartirlo con otros, para poblarlo de sueños e interioridades.